Todo muerto en caja. Todo muerto encaja.
Es una obsesión que me persigue desde niño, Nunca pedí ser el menor de siete hermanos, el niño de los mandados, el impúber al que mandaban de un calvazo a cambiar el canal en el viejo televisor de tubos de la casa. Pero así fue, porque uno no escoge a la familia ni los impuestos que paga. Y lo agradezco, pero eso es otro tema.
Ser alguien siendo el menor de una familia numerosa no es tarea fácil. Ser un anónimo, un don nadie, un extraño, un oculto es una posibilidad latente. Siempre dije algo que a mi mamá le causaba cierta dosis de urticaria. Si yo me hubiera perdido siendo niño, se hubieran dado cuenta al mes cuando no hubiera quién fuera a hacer los mandados. O cambiar de canal.
Por eso, desde niño intenté hacer las cosas de manera diferente a los demás. No porque fuera un genio o porque fuera brillante, sino como una forma de sobrevivir. De ser, en realidad. Escuchaba radio todo el día. Leía el periódico, jugaba fútbol todo el día, me acostaba muy temprano, era un estudiante gris en el colegio, tomaba agua de manguera, me robaba las uvas de Carulla. Y soñaba. Sobre todo, soñaba.
Sin embargo, durante mucho tiempo cedí, me negué, me rechacé, me entorpecí, me saboteé, me contradije, me rehusé, me excluí, me desdeñé. Hasta que la vida, el universo, Dios, me abrieron los ojos como quien le va a echar gotas al ojo de un marihuanero. En realidad, no buscaba un puesto. Quería un lugar y de a pocos me lo fui dando. Me aburrí de buscar un ídolo para parecerme y preferí ser yo mismo. Escogí siempre el camino difícil, la vía destapada, la calle oscura, la vereda encharcada. Y me caí, me fui de jeta muchas veces, me quebré de todas las formas posibles, me equivoqué, pedí perdón, me perdoné, pero siempre me quedó el fresquito de hacer lo que quería, no con la soberbia de quien se cree el rey del universo, sino con la tranquilidad de intentar no traicionarme. Soy complejo, lo sé, aunque muchos me vean complicado. Lala, mis hijas, mis pocos amigos sufren porque le meto filosofía a un tinto, porque un jugo de guayaba lo vuelvo un sorbete, porque siempre estoy buscando una manera diferente de entender, porque pocas veces me quedo con la primera impresión. Si me buscan parecido pierden tiempo, porque soy un bicho raro.
Hoy tengo la paz de ser quien soy, de no parecerme a nadie, de ser único – no porque sea mejor que nadie o me sienta el putas– sino porque soy yo mismo, porque intento que mis realidades se parezcan a mis sueños, que lo que piense, diga y haga tenga un hilito que los una, que no encaje, que no quepa, que incomode, que los que no me quieran – que son muchos- por lo menos no me jodan y que los poquitos que me quieran, me quieran mucho…