Una vez más. Otra vez. Ya no sé si mi problema es de cistitis o de insomnio. Son las 2 de la mañana y aquí estoy mirando hacia el techo.
A lo lejos se escuchan los gemidos de los vecinos. Los envidio, porque un desvelo bien administrado siempre termina en caricia. Ya no duermo con medias y me acuesto atravesado. Debe ser que me he sanado. Hay caminitos largos cuando uno está de afán. Por primera vez en mi vida, siento que lo que soy, lo que hago, lo que digo, lo que pienso, lo que escribo, como vivo, se parecen. La poeta que yo amo, Elvira Sastre, dice que “he conocido a alguien, soy yo. Voy a darme una oportunidad”. Sigo dando vueltas. Ahora todo es silencio.
Pienso en la muerte. Este año me ha rozado. Me separé y creí que me moría.(Y no). Me operaron y estuve cerca.(Y tampoco). Se murió mi madre y la vi de frente. (A mi madre y a la muerte). No le tengo miedo (ni a mi madre ni a la muerte). Acepto mi finitud <<de fin, no de suave y elegante>>, mi atardescencia y los pocos años buenos que me quedan. ¿Diez? ¿Quince? Luego, indefectiblemente caeré en picada. Así no quiera.
No le tengo miedo a la muerte. Acepto mi finitud
Por eso, sólo quiero vivir a tope. Decía Fernando Pessoa que «llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía>>. Y sí. Escribir, hacer, jugar, reír, tal vez bailar, sentir y por supuesto, amar. Mi cama está revuelta. La luz del modem del wi- fi, titila. ¿O será una estrella? Los vecinos se ríen. Qué maravilla. ¿Habrá algo mejor que reír después de amarse?
Con dos separaciones a cuestas tal vez no puedo proponer amor perpetuo. Es raro porque a las dos mujeres con las que tuve la suerte de coincidir por largos años, las amaré toda la vida. En fin. Puedo ofrecer no repetir viejos errores, escuchar con atención, ser refugio y ser orilla, cambiar la elasticidad por la experiencia, amanecer en medio de caricias, reír mejor y pensar antes de hablar. Puedo prometer amores eternos de un día, que mueran de noche y renazcan en la madrugada. Eso estoy dispuesto a dar. Pero también a recibir. No más. Tampoco menos.
La esperanza en ese amor final, el último, el postrero – que sucumba y resucite cada día- es lo que me permite caminar sin miedo hacia la muerte. Tal vez es mucha carga, un fardo que ahuyenta, un lío que espanta. Pero también, una garantía.
Hay una vieja canción de Lionel Richie que me gusta, Stuck On You :
A tu lado, tengo esta sensación en el fondo de mi alma que no puedo perder
Supongo que estoy en mi camino, necesitaba un amiga
Y como me siento ahora supongo que estaré contigo hasta el final
Supongo que voy en camino, me alegro que te quedes
De pronto, la palabra la convertiremos en café, el café en charla, la charla en caricia y así todos los días, para ser un amor que nos acompañe hasta el suspiro finito.Ya es hora de levantarme. Literalmente, porque ese amor y ese café, no se harán solos.
Tal vez no sea ni cistitis, ni insomnio. Tal vez sea la esperanza que toca a mi puerta…